jueves, 13 de mayo de 2010

Y la flor callóse en rojo

Decidió marcharse luego de verse agotado.

Le había mirado tanto que ella se convirtió en nada. Dejó de existir, se permitió desaparecer.

Incluso, el mudo intento de reproche ante este desvanecimiento, se le secó en los ojos.

Pero ella también estaba cansada.

Las pupilas distantes no eran su alimento favorito y ello acabó por hastiarle.

Fue entonces que se refugió en otras miradas, en ¡oh, ventura suya! manos suaves, un cuerpo, mente ágil, una lengua; todo ajeno, todo tan propio.

Por fragmentos fue mudando la fascinación al recién descubierto. Poco a poco, con reservas.

Y un día, se halló ciega y fue feliz.


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