Me enamoré de ti...
sin desearlo,
sin darme cuenta,
de tus ausentes caricias,
de tus fuertes silencios,
de las eternas manías,
de evitar los momentos,
de tu piel fría y transparente,
de tus labios no natos,
de esas manos que calan hondo con sus dedos etéreos,
de que seas totalmente mío,
de vivir contigo aunque nunca hables,
del hecho de amarte porque sé que existes,
y aún más porque correspondes a desvaríos de esta mente perversa
que te desgarra con suspiros inmensos,
apestando a enamorada.
Crepúsculo atravesado de nimiedades
en que la luna canta, burlona,
-ha llegado la hora, ha llegado este viento-
con estremecido adiós te has marchado.
Abrazaste mis lamentos
y yo ahondé en firmamentos
desgraciados testigos de cruzados sentimientos
lúbricos desechos de históricos tormentos.
Jamás rocé siquiera uno de tus cabellos
y despacio por tus pensamientos
fui escurriendo mis dedos
de sueños repletos
de mis besos llenos
y te mandé mil señales con mis ojos,
te hablé con el silencio palpitante de mi alma
pero...
tu ya no conseguiste oírme
porque ya no me pertenecías
porque ya te habías ido
porque yo,
con mis pocos años,
mis abrazos,
mis sonrisas,
mis anhelos,
mis manos vacías,
mis pies manchados de calles húmedas y frías
ya no te pertenecía
porque alguien más,
silbando estrellas esta noche
logró trastocar mis miradas tranquilas.
Y ese día, sin decirnos nada
moriste y morí
morimos...
porque ya no latías para mí
y yo ya no sabía sentirte.
Pero...
no te vayas aún.
Mientras cayeran truenos, tu seguirías en la tormenta
esa fue tu promesa...
¿Acaso ya ha salido el sol?
¿el arcoiris?
¿por qué entonces aún no los veo?
No te vayas aún.