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Inicua y subrepticiamente se despelleja mi semblanza;
agotas al aire que regurgita, como si nunca debiera existir esta mañana.
El velero estalla las sombras secas de tus ojos e inmolan el desierto que se esconde entre tu vientre de arena y de sal, y de olas y de cielos y de todo,
y mil prados engalanan a su misma raza a través del cristal de tus manos que los recibe en primavera...
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