domingo, 27 de junio de 2010

Sal

A veces uno se queda en solo, un solo tenso y obcecado.

Muro de negras intenciones, de vahos callados.
Una necesidad innecesaria de urgencias suprahumanas
que camina si piernas y sin sesos,
desparramándose en el trayecto amarillo de las dudas.

Se abre una puerta y tres ventanas, la felicidad no entra con los rayos;
no entra con el humo de la casa de junto.
Un gato se escurre por la rendija de mis pensamientos,
pensamientos ocupados por el viaje.
Un extraño se cuela en la segunda ventana mientras el gato,
el viaje, la puerta y las otras ventanas se esfuman.
Y el extraño cuenta historias lejanas.
Una vez, creó un dragón hecho de nubes y manos y flores.
Una vez, me obsequió un dragón de nubes y manos y flores.
Una vez, el dragón de nubes y manos y flores decidió marcharse,
tras la partida del demiurgo.
Y entonces el solo regresó.
Al volver, mi rostro había cambiado,
se había desvanecido un poco.
Ahora era borroso y contaba surcos algo profundos.

Una vez, el dragón de nubes y manos y flores entró por la segunda ventana;
la única que se había mantenido en su sitio.
Una vez, el cielo se tornó oscuro y tuve mucho sueño.
Una vez, morí.

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