Se debería poder disfrutar sin complicaciones del extraño placer que dan unas pocas teclas desgañitadas con algo de premura, tras uñas y hambre.
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El sueño, con su típica crueldad, no permite la finalización de este deseo.
El sueño, con su típica inefabilidad, no permite el placer culposo que desgasta al insomnio; al sudor pegajoso de la madrugada, a las ojeras deslavadas del día a día.
El sueño, con su típico delirio de grandeza, no permite tu rostro como reflejo de mis ojos por las tardes.
El sueño. Maldita necesidad tan inverecunda e imperativa.
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