jueves, 9 de febrero de 2012

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A veces extraño ese malsano estadío.
Era la aventura de lo nuevo, de lo intangible.
Era tan grande que el mundo no le alcanzaba para calzarse cómodo y andar de la manita contigo -o conmigo-.
A veces extraño ser intangible y pura. Sensible, inmadura y soez.
Extraño gritar y llorar si todo me duele -como ahora- para sacarlo -sacarte- de mí y no sentir que me voy, que me pierdo.
Extraño la sencillez de una mirada franca, extraño confiar ciegamente, extraño amar con cada poro, extraño escribir porque todo se siente tan inmenso que tengo que volcarme en algo distinto de mí y de tí y de todos para no explotar o morirme.
Extraño la manía del pasado.
Quiero fumar y sentir como se apagan mis pulmones mientras se pone negro todo alrededor.
Quiero coctéles mágicos de pastillas que hacían que nada sea etéreo pero que pareciera que sí.
Quiero morirme en un orgasmo y no distraerme por pensamientos impíos que me asesinan.
Quiero estar sola pero no me atrevo a irme.
A veces extraño esa cosas sencillas y lindas del pasado.
Como las playas de noche, las cajetillas de cigarrillos, las caminatas largas y rápidas. Las cervezas en caguamas, los animales con pelos, las malas palabras. Tirarme en el suelo, andar sin zapatos, correr porque se me acababa la vida. Que pasen siempre a atropellarme, andar en mezclilla y a converse rotos. Sucia, sin futuro...
Pero sonriendo.

Si esto -sonreir- ya no sucede, es porque tú lo has ocasionado, bebé.
Felicidades.

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