miércoles, 4 de agosto de 2010

Y sangramos

Hace un tiempo sucedieron cosas que echaron por tierra otras muchas.
Entonces decidí, como buena cobarde, esconder mi corazón y mis sonrisas; puse, en su lugar, una nube y más sonrisas -todas falsas, pero muy lindas y cálidas-.
La nube serviría para poder soñar e ilusionarme sin mucha profundidad ni tiempo; las veleidades del viento -y yo- le agradecerían su ligereza.
Las sonrisas, para guiñarle a otros corazones más ilusos y menos protegidos.

Una mañana fría de abril, conocí a otro corazón roto. Aún en pedazos era maravilloso, colosal, impresionante y fascinante.
Le amé al instante.
Como nunca, como a nada, como a nadie y como si no existiera más vida que sin ese corazón a mi diestra.
Pero, ya estaba muy malherido y sangraba profusamente.
Murió.
Y me quedé sola de nuevo.
Solos; mi despedazado corazón sin sangre, mis sonrisas fingidas favoritas y yo.
Deseamos compartir todo con el corazón roto muerto. Sí, incluso el "muerto".

Y fue entonces que nos hicimos acompañar de un gato gris, que asusta en las noches de marzo.

Seguimos casi igual sólo...
                                 que ahora podemos sangrar.

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